domingo, 10 de diciembre de 2017

Resumen

La insatisfacción cae de mí
como una lágrima herida.

Desde los ejemplos o desde la virtud,
desde la rutina del no ser yo,
hacia los paralelismos
de quien forma una imagen de vanagloria
o la escultura que lleva inscrita
las palabras sin raíz,
el sueño de los profetas
con su voz antigua
y sus preguntas nuevas.

Fácil presentir el claroscuro de la música
cuando el cielo vence su dominio
y los ojos voraces agitan la negrura
de lo que pasa en los relojes
siendo campo artificial de antagonismos
o contradicción; de firmeza en la hegemonía
de esos tambores sin nombre
que acucian la dormida insensatez
y envuelven en metáforas la hiriente hospitalidad
del fracaso.

¿Y la rebeldía que ha mostrado las uñas del salvaje,
dónde la densidad de su músculo
que rompió las venas de la luz
en los orificios de la incansable sinrazón?

Me lloro en las aristas de los vidrios
y persigo ese desfile de hormigas
que han dibujado el esqueleto de mi transcurrir
-apenas salvo la intranquilidad de los ríos,
la orgullosa sed del mar, un faro,
un azul, la primavera de las rosas,
el mármol que suda agua como un elixir de vida-
hasta la orilla desde la que hoy escribo,
sin saber si soy yo el que recuerda estos paraísos imaginados
o es tan solo la noche
el precipicio que me ama.



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