Al fin, darse cuenta
de que la isla murió
en la jungla de septiembre.
Aún el calor
es un hálito o una sed,
el viento un beso
que expira sin razón,
la luz un grillo
que presiente el frío y la noche,
la rutina una equis que asoma
en tu paso soleado.
Mi septiembre son tus piernas
en la calle ancha,
una mirada hacia el sopor de los arboles,
la entretenida ausencia de los pájaros
que buscan un cielo desprevenido,
el tráfico que concita la huida de los cuerpos
al dibujar una estrategia omnímoda.
En un roce vive el paraíso,
ni palabras que se susurran
ni comercios de cristales insolentes,
ni el sol que revienta en agonía
el surco que trazamos,
ni pálidas hojas que anticipan el otoño
podrán disimular la urgencia de los trenes
que se embisten con la cornamenta
de los sueños en las ingles
y un sudor exhausto en las entrañas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario