Todavía el tenue olor de la isla.
No me acostumbro a los cielos opacos
ni al verde de la infancia
que regresa como un abrazo.
Vagos días de septiembre
que seccionan la luz con velos azules.
Entre las calles,
en la próxima penumbra de una habitación
ya estaba tu huella.
Yo no sabía que eras un pájaro de plumas sin mar
ni que dormían campanillas en tus piernas
ni que al volver la mirada
dos relámpagos de iris hechizaban el aire.
Hay rumores que se susurran como besos intangibles,
lo sabes cuando la mudez es el ramo
que arrojas a la noche
sin mirar la caída de una flor de tela
en la que has escrito el silencio.
Al fin, esperar los sueños del viaje,
el calor de un río compartido,
la cadencia de los pasos que no tienen destino,
los labios que fingen la armonía de los bosques en calma,
el resplandor que sucumbe al tacto
de una luna en mis dedos.
Así el crespón en los vértices de una cama blanca,
así la aventura de recorrer países que el corazón desconoce,
así la telaraña que brilla como la húmeda lágrima
en unos ojos felices.
Nunca huyamos del jardín de los cerezos,
bajo su sombra tu desnudez
reclama una historia infinita
de sátiros y ménades, de hadas y de huríes,
de madres jóvenes que amamantan la luz de lo imposible
entre sus pechos de mármol.
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