Se han ido las palabras sin peso que una vez conocimos.
El mar era mar no por nombrarlo, en su cercanía la densidad
pura de un olor acre, un brillo inmóvil de espejo caído,
la pátina de la sal sobre tu vello tibio. Todo en su símil
vestía la raíz de los sentidos, sin hablar, sin la razón
metálica de las frases ni el dialogo invisible al deseo.
Decir el misterio no seduce el alba, escribir adjetivos
con la pluma rota de la imposibilidad, un “te quiero”
sin la flor de la carne entre los labios, la lógica
que no consigue encerrar el tiempo vago, la lujuria,
el espasmo imprevisto en la noche fría. Nuestra
verdad se palpa en el silencio como un ácido dulce
o una lágrima nunca viva en los iris vencidos por los flecos
de un amor insensato. Hoy la mentira es la palabra, invoca
el recuerdo ausente de sentidos, entregado a la plegaria
de rumiar la sed ya saciada, el resplandor escondido
entre la sintaxis y la pasión, la naturaleza animal de la luz
salvaje sin una mañana ni un presente que cumplir. Pesa
la medida de la voz cuando tú pliegas las llagas del tiempo
en cortas metáforas que un eco repite. ¿Dónde el refugio
que eriza la piel, la muda línea que incomoda el sexo,
la sensación de que un filo candente es la exacta imagen
de la vida? Hablemos, pues, mientras adentro oscurece la noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario