Le debo al azar las preguntas del dolor,
la corola efímera de la alegría. Hasta aquí,
hoy que escribo evocando brumosos actos
sin remedio, la voluntad herida al no reflejarse
en el espejo de la luz, las decisiones cuyo fruto
fue el silencio de la incomprensión, el epitafio
de cada segundo que muere la vida; pienso
en la imagen del árbol, raíz que no se doblega,
tronco que resiste la humedad, el frío, el hostil
sol, ramas que han perdido el color aunque
en su piel siga brotando el brillo de la hoja,
el ramaje que orea el viento. Los años me
citan la memoria irreversible de este camino
sin vuelta. Soy roble que no teme a la estación
última. Cuando el hacha levante su sentencia
de sangre, yo ya me habré ido.
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