Hay en mí una nostalgia de paraísos invisibles.
Es lo perdido un agua vertida que ya no me roza.
Tu cuerpo ha dejado de ser hambre de labios húmedos,
táctil resurrección de areolas febriles en noches
sin meditar o mañanas en un jardín de piel cálida.
Lo que dijimos pobló segundos de serpentinas al aire,
lo que soñamos buscó la luz en las habitaciones
con espejos que devolvieran a la realidad su materia irreal.
¿Qué fue de los caminos, los lugares al sol, la aventura
de ser color, pájaro, tigres en la lejanía de una ciudad
poseída? Adentro, en nuestra casa rota, el tiempo muere
en el tiempo y ya no quedan dalias en un balcón tapiado
por la costumbre de abandonar la risa a una jauría sutil
que enarca el marchito estandarte de la edad.
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