Llevar la casa en los bolsillos
y esparcirla cuando los recuerdos aguijonean
el presente.
Mañanas de cálido silencio
donde gobierna la luz blanquecina,
ecos que se dibujan en las paredes
como caballos piafantes,
voces que ejercitan el susurro
de los secretos nimios.
Y mediodías de limpieza y lectura
acodado en el sillón de felpa
con un libro de Zane Grey o de Julio Verne,
de Agatha Christie o de Salgari
entre las manos.
Tardes de música viéndote pasar,
danzarina de botas altas y perfil ambiguo,
el bolso al costado
como huyendo hacia un Olimpo
de bares en penumbra o cines de vanguardia
donde vivir las historias que nadie ha vivido,
los sueños que nadie ha soñado.
Nocturnidades que fluyen igual que espejos en sombra,
desvaídos los rostros, las miradas,
los labios cosidos al misterio y a la duda.
Guardar de nuevo la casa en los bolsillos
como un tesoro robado a la huida
de este vivir en los relojes
que no cesan de mostrar la cadencia del olvido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario