He perdido todas las cosas que me nombraban.
Recuerdos de niñez, libros de páginas ajadas,
cuadros que dibujé con la pluma de padre,
los discos comunes que alguien se llevó
como una voz secuestrada. Mi habitación
ya no existe, mi huella es la memoria de imágenes
cálidas y miedos íntimos en días de sol o de lluvia
arrastrada por un aire frío y salvaje contra el ventanal
desportillado. Ya no hay espejos donde morar,
los muebles son heridas de caoba, falsos artificios
en el corazón de los salones desnudos. Nada guardo
que me lleve al recuerdo de los juegos, al refugio
de las comidas familiares, a la música onírica
que me permitía ser otro. Mis cosas no quieren
una historia detrás, aman el olvido como yo amo
el tacto invisible de su materia irreal, la firma
que un día tracé sobre su piel anónima.
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