Morís en el paladar de mi boca como nieve cálida y oscura,
de la semilla nace el líquido denso y dulce que en el molde
artesano se volverá fruto de gloria fundiéndose en la ávida
lengua de un huésped feliz. Duros o cremosos, negros o blancos,
bendecidos en leche, preñados de almendra o trufa, de sabores
sin fin: frambuesa, avellana, coco, praliné, turrón, caramelo...
os deslizáis por mis papilas igual que un rocío de efluvios celestiales.
Algo hay en vosotros que oculta en su interior el alma de la alegría,
cada vez que mis dientes os hincan en vuestra dormida carne brota
un ángel que se derrama en mi ánimo como un dócil misterio de paz.
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