El confín de la pared granulada entre las sombras del pasillo,
suena un timbre y el silencio se hace viento de música,
anuncio de proximidad en la mudez de la estancia,
calor humano y palabras en la boca de la mujer o el amigo.
Llega la luz con el estigma de los días golpeando la sed omnívora
de las ventanas y este olor a leche y pan rubio, a dulce de miel
y té humeante que recorre la cocina con efluvios de canción
en el nuevo despertar a la eterna memoria del mundo.
Y tú me acompañas con una ordalía de luz bienhechora,
con la taza de café entre las manos como si cobijaras
un pájaro herido por la guerra infinita de los hombres;
cálida como el abrazo que dejaste en el arrabal de mis sueños
al volverte hacia mí, besándome como se besa a la luna
cuando el sol aparece con su roja luz de alba y ya nada
existe en la oscuridad que no sea fruto de olvido.
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