viernes, 5 de abril de 2024

La eternidad de las cosas

 

Están ahí desafiando a los relojes con su persistencia inmune

a los ciclos del tiempo.


Algunas son queridas porque su huella invade la memoria

y es como si en un presente infinito reflejaran el tacto primigenio

de los orígenes, con su forma intacta, y su virginidad de niña

sin el abrigo de una piel que las cubra.


Pero las hay hostiles porque el recuerdo las convirtió

en llaga de desamor o porque sufren el luto del olvido

y se vuelven hacia si como hacen las flores tímidas del verano

al morir el sol cada día.


En mi cajón sobreviven las más pequeñas, los llaveros y las insignias,

las chapas y los colgantes, el amuleto que nunca me dio suerte,

el primer poema que escribí con caligrafía de niño, algunas fotos

de juventud y aquel trébol de cuatro hojas

que una noche de abril grabé en mi piel por ti.


En ellas se posa el polvo de la ausencia con su pátina de olvido

y son hogar de arañas y de humedad, víctimas de una luz

que pone nubes de tiempo en su alma invisible.

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