No son tus cicatrices rompiendo el eje del destino,
son pedazos de vida en rostros fugaces donde
aún circula el río de la edad. Cada uno guarda
en su interior un instante sin voz, una imagen
sin retorno, un capítulo sin inicio ni final. Ahora
son islas de un mar herido, resplandecen sus cuerpos
con la luz de noviembre como ascuas de plata sobre un tapiz
de abedules. Entre mis dedos, igual que pájaros caídos,
laten las sombras de un pasado furtivo. Ya no es posible
restaurar la integridad de su ser, en el mapa múltiple
de su continente estoy, lo mismo que una fotografía
oculta bajo la la piel partida del más roto de los silencios.
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