Agreden las palabras cuando comunican un adiós.
Por eso escogiste un bar desconocido
y una hora en la que no nos veiamos,
la primera hora de la mañana.
Todo con la intención de no sentirte culpable.
Yo, en duermevela, escuché tu voz como un susurro lejano,
quizá tuviste miedo a decir la verdad,
a que oyera de ti cosas que no esperaba.
Tardaste diez segundos en hablar,
mi nombre surgió con un eco extraño,
lo que dijiste después ya se dijo muchas veces.
Son frases tópicas escritas en el manual de todas las rupturas.
El teléfono móvil sobre mi mesa parecía celebrarlo
con el emoticón de una risa parpadeando en la pantalla.
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