Hay en tu rostro una herida donde las sílabas en calma
se adormecen como barcos sin un mar que los agite.
Riela la lluvia bajo el farol, allí se refugia el candil
y los narcisos que el agua posa en tus pestañas.
Una árida quietud se expande dócilmente igual
que un latido fuera de hora, eco de otro latido
que ya pasó dejando el humo de un resplandor
en la piel y los mil colores de tu nombre entre
los focos del neón. De púrpura el guiño de los satélites
que te guían por los senderos nocturnos con el ardid
de aquel rótulo que te llamaba, a veces, como las olas
llaman a la espuma cuando en el regreso pierden
la música de sus rizos en la arena y nada se oye,
únicamente una voz que ya no es más que silencio,
tu silencio de mujer escondida entre las rocas del tiempo.
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