En mis cuadernas envejecidas no hay nombres
ni vuelan gaviotas a mi alrededor como ángeles
blancos. Enfilo los mares del tiempo con la proa
al sol y la quilla en el surco de la edad, y es mi mástil
una espada erguida que lucha insolente contra el brío
del aire, la lluvia y el rayo que llega hasta mí con el aliento
de los dioses. En mi popa un fanal de luz como una cerilla
en la inmensidad del océano donde un día naufragaré,
a babor el silencio de la noche, la locura de un sueño entre
olas de invierno, el tacto de tu índice como un delfín que juega
con el río de la vida, a estribor las mañanas de abril y un mar
dormido donde riela el azul de tus ojos con los ardides voraces de la luz.
¿A cuál puerto arribaré sin que pesen en mi memoria los ecos del pasado?
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