martes, 14 de noviembre de 2023

El imperio de la lluvia

 

¡Ah! qué pájaros de lluvia asoman en el cenit,

mi camisa de rojo carmesí fue flor en el seno de un jardín,

vi la sonrisa de la nieve en la fría losa de un aula,

amé a las estatuas por su mástil eterno

que se alza incontestable, en el silencio del aire,

bajo pérgolas de gloria, sin que las alas del tiempo

rozaran su máscara de mármol, de hierro, cobre o estaño

¡son tantos los rostros que saludan a la lluvia, al sol,

a la intemperie gloriosa, al ajedrez de las plazas

donde tu pisaste la ceniza del rocío!

 

Desnudo, quiero estar desnudo ante el beso de la lluvia,

gotean las gárgolas, mil hilos de agua estéril

descienden por la fachada gris de la catedral

que acoge hálitos de peregrino en sus agujas góticas,

en su ábside, en su rostro espiritual de hornacinas y musgo,

en el pórtico ennegrecido por la absurda negación del tiempo,

en los caños de la fuente, en la boca donde cinco yeguas

vierten indolentes calderos de lluvia, río sobre río,

catarata de abril, murmullo de manantial en la fría piedra

que embalsa en un abrazo de acuario virgen su caída,

infantil luz del crepúsculo que dora los corales

con espigas de sol-los peces son de oro

por un instante, nada más-.

 

Y yo crecido desde el charco más pequeño,

linterna líquida con palomas mojadas

vertiéndose en una luna seca y febril,

y ese alfanje que es como un dios de lujuria,

el reflejo lumínico de una voz que ahora recorre

el corazón de la borrasca y me salpica con su ansia oscura

de animales en celo, con el rubí de su fluido,

mientras el alar me protege de este chaparrón

que cae sobre mí como un alud de rencor y aguas,

su frenesí es una bofetada que me baña de luz y lluvia.

 

 

 

 

 

 


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