Yo te
pregunto quién soy y tú al contestarme
me entregas
a la noche. Necesito otra voz
que me diga
donde perdí mi espejo, en qué árbol
no anidé,
cuál de mis palabras traicionó al día,
en qué
delta los sueños viajaron hacia un mar
oscuro.
Créeme, no me reconozco en la sombra
que
dibujas, mi recuerdo es de luz, de playas
vacías en
un agosto voraz, de aguas vertiginosas
que se
derraman vivas sobre piedras lunares
y
horóscopos sin marchitar. Pero tú insistes
en el color
azabache, en las palomas negras,
en el gris
de las nubes como calderos henchidos
de humedad,
en las rosas del crepúsculo que nadie
ve con su
raíz escondida, en el vuelo de las luciérnagas
que
alumbran, sin querer, lo que resta de mi claridad,
el rastro
que a menudo se vuelve eclipse para quien
no descubre
en el silencio de la madrugada este farol
que ilumina,
impertérrito, el volcán de la noche, hasta
que el alba
me anuncie otra luz que ya no será la mía.
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