Es un mar,
un faro, una verdad en mí.
De cristal
su ombligo donde el sol se desnuda
a veces. Un
yunque de arena recibe a la ola
amante desde
su trono labrado por el tiempo.
En mis ojos
su abril de espumas y diques antiguos
se desdobla
como un canto de amor, la serena
quietud del
espigón igual que una cicatriz sin
patria se
vierte en mi piel para ser el índice
que divide
el cabello de la corona líquida.
Mi nombre
de lluvia riega el cansancio
de la estatua,
galerías donde los barcos
son, por
fin, azules y rojos. Un silencio
de peces mudos recorre las calles, mi casa
está llena de olas porque mi casa es el mar
de la vida. Y es que yo sé que esta ciudad
siempre resonará en los latidos de mi corazón.
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