Tengo frío.
Tengo hambre.
La noche es tan bonita con las estrellas en lo alto.
Una sed antigua cuartea mis labios.
Mamá canta la vieja canción:
“duerme corazón, tambores amigos a lo lejos,
el rumor del manantial y mi abrazo,
duerme mi niño de piel negra,
duerme y no te preocupes por mañana”.
El mar está oscuro, la luna redonda
pone una luz de perla en mis manos.
No consigo dormir.
Tengo sed,
tengo hambre,
tengo frío.
El miedo llena mis pulmones
junto a este aire de sal y yodo.
Por la mañana las grandes olas golpean el cayuco.
Hemos volcado y yo no sé nadar,
no he vuelto al vientre de madre,
solo es la inmensidad del océano.
El sabor salino, el ahogo, la noche eterna.
Hoy cumplí ocho años,
mi cuerpo en la playa está vestido de algas,
no volveré a ver la luz de las estrellas,
ni el sol amanecerá otra vez en mis ojos.
Me acunan las olas,
dejan en mi piel la espuma del olvido.
Quizá ya nadie más sabrá que hoy cumplía ocho años.
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