Esta grieta de ámbar y sol, duele.
Duele la mariposa atrapada por mi noche,
duele la sangre en la palabra,
fósil como un caballo de piedra.
Su cicatriz no es de espuma,
es una ráfaga sin aliento
color carmesí en los pétalos de la alegría.
Rememoro la sintaxis de los horarios
en aquella juventud de pómulos rojos,
busco la razón de una punta
que tras el filo hiende la piel,
intento volver a la rosa que golpea,
a su músculo atroz de serpentinas abriéndose
como flores de escarnio
en mi voz
y mi sed.
Es su dibujo una mueca en el espejo,
es un pájaro sin alas,
es la fiebre del desdén
y su quemazón de ascua
en mis ojos.
Hay un jardín de espinos
donde el oro finge ser una corona que palpita,
hay odres y ungüentos en los verbos perdidos,
hay una cruz en el silencio que nombras al irte
cuando ya no quedan más
que una flor en tu vientre
y una cicatriz en tu alma.
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