Siempre hay domingos en mi voz.
Escribir en las hojas invisibles del tiempo lo que ha sido,
como si dibujara una ciudad que ya no existe
o un hogar que perdió el color y la palabra,
o una mujer bajo la lluvia que aún ríe en el recuerdo.
El espigón y la torre que da una luz cálida,
a veces diáfana, otras oscura
cuando el crepúsculo es un alba invertida,
el olor salino, a yodo azul
que te vuelve sirena de pechos fugitivos
en este mar de silencio y cristales de espuma,
en este bosque sin árboles que las olas cubren de canto y letanía.
Y te adentras en ti, y me llamas a la edad del viento,
las calles no son el sur, tus botines rojos y tus Lee
son heridas del desamor, desde mi ventana te imagino pálida
como un ángel fulminado por el arbitrio de la luz.
Y sales de ti con crisantemos en la boca y carmín en los sueños,
como si un lunes te vistiera de olvido,
como si los años negaran tu ser,
como si tu ciudad y yo
ya nunca más
pudiéramos dormir juntos.
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