jueves, 22 de octubre de 2020

Visión interior de un cuerpo beato

Desde las paredes más finas vigilo la transparencia.
Crisálida de venas y capilares, qué luz antigua
en mí. Cúpula de viernes, pulmón flamígero
donde la cavidad devota rumia el existir,
las rodillas son los codos que vuelvo hacia mí,
alas sin voz, deus ex machina de la noche. Solo
el aire y la fe de los glóbulos en una corriente de cálices
blancos. Cada extremidad, uña esculpida, cabello
que hormiguea en el trigo de la quietud es ojal de misterio,
vidrios cromados, lujuria del cuarzo que idolatra la sed
del místico. En el falansterio de mis hombros duda el himno,
la oración cálida en coro de ángeles palpita y el corazón,
campana de fe, asusta al día con su tañer anónimo.
Fluyen las hojas caídas en la faz de mi río, indolente
como un eje donde giran los silencios. Carne soy
en el abril de tu sueño, piel de delirio y rubor amargo
si el aire llora. En la desidia del espejo hay un aura
de inmadurez, el niño y el azogue, la sombra
y el arduo entretejer de la araña en la esquina
de mi pecho como un canesú interminable.

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