Es un perro y es la noche.
Silencioso defeca en la orilla del albañal.
Yo espero a que el agua borre su excremento.
Va delante como el guardián de mi sombra.
Cada poco se para y olisquea el aire viciado.
Me reconoce por el sudor y la ropa y por mis versos
que le recito, imperturbable.
Mis poemas murieron ayer en una tina de hule,
mis poemas caben en un puño
que arrojo a la luz de un farol mortecino.
Es un perro, sí, y yo soy ese perro.
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