miércoles, 28 de octubre de 2020

La tempestad

 El mar es un costado negro. La colina,
entre la bruma, sueña con olas sin labios.
El aire amante -flores de sal- cae en el hibisco.
El invierno sin ramas del acantilado trina
como una mandrágora lunar. El faro escupe
su aliento de luz mientras la voz de los pescadores
se columpia en los ijares del leviatán. Cruje la espuma,
lid del agua en la roca hundida, los cisnes del naufragio
llevan en su plumaje doblones de oro, zafiros de Birmania,
platas del potosí. Qué misterio de bergantín, engarzado
en la sien de un océano sin piedad. La playa es un flequillo
que roen las gaviotas, pájaros de ala gris y gritos azules.
¡Oh, dios cruel, que invocas al conjuro del tifón y el relámpago,
escucha el canto ingrávido de las sirenas, descansa en ese recodo
del tiempo donde las islas fulgen como un palmeral de luz!

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