Siempre serás un extraño, tú reconoces la ciudad
pero la ciudad es agua de indiferencia,
colmena inhóspita.
Visitas un país,
parece como si en otra vida
ya hubieras estado allí,
ejercitas las costumbres
con la facilidad del nativo,
el idioma te besa en los labios,
dulce su canción de armonía.
Sin embargo, hay un aire que a veces notas frío
sin que para los demás lo sea,
te miran ojos azules
que buscan en la oscuridad de los tuyos
una semejanza infantil
que no hallarán.
Ya habías soñado con este río,
con el puente y sus estatuas,
con las plazas y el mercado,
con el aroma de los puestos de flores
y el violín del mendigo,
etérea su música como un rumor
de ángeles.
No es la primera vez,
en otros países, en otros climas,
con mujeres y hombres distintos
te ocurrió igual.
La cicatriz del extraño no desaparece,
en tu voz siempre habrá una fiel conjura
de himnos apátridas, tu verdadero lugar
es ninguno, tu ciudad no existe,
tu bandera es un trapo roto
que un día olvidaste
entre las cosas perdidas
de una casa en las afueras.
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