Sándalo, roquedal, isla blanca.
Mi perfil roba al volcán su ceniza verde.
En un barniz de flores nautas,
el himno de la acequia,
la banana como hija de la tierra
y el dulce amargo de las palabras
en un silabeo cósmico.
Vuela, ave, vuela en setecientos metros cúbicos de metal.
Una línea tras otra, la llaga del mar, la placidez de las nubes negras
sobre la corona verdecida de la luz.
El extraño es una flor tropical que cae en el humus del bosque
como un paracaidista de piel oscura. Mi reloj vuelve al musgo
de los abriles húmedos, al campanario entre pinos,
al rumor atlántico del confín invisible.
Y es el acento en la voz ajena un ejército de cómplices
en mi sonar de vocales rotas bajo la manta hilada de la lluvia.
Es mi país, mi lugar, mi elemento de agua, son mis gárgolas
embebidas y mis aquelarres de fuego y danza, es la jerarquía
de los vértices en mi ropa, es la luna de mi vientre que pinta
el estertor de la magia, los castros, la hoz, el muérdago y la infantil
canción de las hadas que me reciben este día de noviembre
que pronto será olvido.
viernes, 30 de octubre de 2020
De la isla seca a la región húmeda
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