miércoles, 21 de octubre de 2020

El barco errante

 Tabla y esquife de dios,
la luna atrás como una hembra bendecida,
espolón de abeja reina,
la navidad en las olas,
surca mi velero el mar azul,
un relámpago en el confín,
poblador de islas de cobre y palmeral,
insigne trinquete en la galerna,
¡cuidad los sueños, amigos,
y recibiréis la sonrisa del primate,
las guirnaldas del coral,
el ukelele manso de la fiebre,
la raíz del manjar entre los senos vírgenes!

Vuela, delfín alado
que el piélago como piel de batracio
consiga que resbale tu aliento,
el bucanero afila las tibias,
remienda la raída bandera en su cubil de náufrago,
al norte, el país de los hielos,
la memoria del drakkar,
sultán de las corrientes infinitas,
el Valhalla en su frente,
la fiereza en los colmillos que aman el poder,
y la luz en las ubres del mediterráneo,
homéricas las lunas,
mitos en los lupanares,
dátiles oscuros y prodigios de Troyas y naufragios.

Al oeste el temblor de los pájaros
en las orillas multicolores,
el oro que vomita el río mágico
desde Perú hasta la grieta del ensueño,
témpanos al sur de un continente
de cadera encinta,
oriente y su sol imperial,
sus radas perdidas,
su gimnasia de especias,
el opio de las golondrinas en el velamen yerto.

Has navegado, capazo mío,
ballena imberbe,
solidario nauta de los días;
déjame aquí,
junto a mi corazón terrestre,
bajo una higuera,
como un árbol que después del vendaval
solo quiere un cimiento amable,
serenidad del alma
que aún sueña que una vez fue Jasón
en busca del vellocino de oro.

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