No podrá el tiempo subyugar a la piedra.
El haz extiende su elipse
como un ojo de luz sobre la piel marina,
en la distancia barcos sin sol
se alejan hacia la bruma de un horizonte
eternamente líquido.
Alegría de gaviotas y cormoranes,
trazos oscuros en lontananza,
olas que crecen como lenguas de un dios poderoso,
lúbrico, inmortal.
Suenan los cuernos vikingos
y los trirremes agitan la sed de sus remos
hendiendo la boca del mar, galeones, galeras,
pesqueros-niños que cabecean,
las quillas alegres y el olor antiguo de la sal
en las amuras.
Infinitud de la plata, sombras de ocaso,
veleros que se izan sobre el vientre oceánico,
rubias sirenas dormidas en la transparencia,
tristes, veleidosas, sin el canto ambiguo de la seducción;
los marinos solo escuchan el murmullo de los delfines
que acompañan a la letanía del motor,
barca humilde, lágrima sobre este mar de mitos
y largos corredores que conducen a un mas allá
de sueños y conquistas.
Oscurece y la linterna se alza como un príncipe orgulloso,
llora su luz, surca su rayo la negritud de un océano
que late día y noche
desde la eternidad de los siglos.
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