Lanzas al vuelo desde el ramaje la alegría de las hojas caducas,
desnudez fantasmal con hilos de niebla en las cornisas del aire,
canto del ruiseñor como eco que seduce al trino del colibrí,
en la humedad que envuelve el cáliz del bosque, al bies
de la hojarasca, un rosario en círculo de hermafroditas
babosas, y en las cortezas el liquen amante, un hongo
esbelto de sedoso tacto, aroma de la profunda edad
esmaltada por el ocre y el púrpura que han encendido
el verdor del adolescente tallo, cautividad del musgo
en las rocas que el rocío convierte en sedimento líquido,
la perdida canción de mi ser tras la lejanía de la urbe,
en el manantial la belleza del cérvido bajo el claroscuro
de la enramada, silencio o coro que el viento arremolina
con ulular de sombras, con la hiedra mágica en el corazón
más húmedo de la espesura, hogar del ángel celeste,
vereda que circunvala el dorado tapiz del humus,
angosta como un hilo de claridad, río que llega a mí
con el susurro del alba, pájaros que beben en la luna
del agua su nombre de ídolo libre, caen en ardid de lluvia
las rosas del misterio, le rezo a un dios con voz de árbol,
soy lobo que no halla en la cicatriz de la inocencia
la respuesta a las preguntas de la luz.