Si me asomo al brocal de este pálpito que ha perdido
la encendida luz, y allí con el sedimento de este fluir
que aún finge ser misterio del color callo, si buceo
en la transición de las sombras para no hallar
la resplandeciente esmeralda ni la duna de miel
ni el silencio de los arco iris brilla en el pozo
clandestino de la edad, qué oro de negritud,
cuál opacidad de vientre negro, dónde el atisbo
que corona de sol los muros, por qué la estrella
que fue corazón de alba ya no luce en la pantalla
insomne de los párpados, y quién llegó como pérfida
ola de rizo oscuro hasta el confín de la sangre,
asesinó el perfil púrpura del estallido vital y nombró
a la sempiterna noche guardián perpetuo de mis días.
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