Desde su fantasmal presencia agitan la bandera
donde sobrevive el aliento de ser, y aunque nadie
los llame están ahí como un árbol que da sombra
cuando el sol conspicuo de los días se vuelve luz
insomne, llegan de improviso igual que niños
con las alas de la alegría extendidas por un cielo rojo
y surcan las lágrimas que la vejez arroja sobre la piel
anciana como ángeles de claridad, como cisnes de un lago
que se deslizan por las nubes del ayer entre ecos de paz
y susurros de antiguas voces que regalan sosiego
al que ahora tiembla bajo la luz inhóspita del presente.
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