Si posaras simétrico perfil, aunque fuera doblez,
en la sinuosa efigie de las cosas, sentirías algo,
un mínimo desencuentro, una cicatriz apenas
visible, como la división de un esqueje bajo la luz,
el misterio que consiste en vivir sin el clamor
ni el estruendo de la veloz singladura del cometa,
la parálisis simulada de los sentidos cuando la fiebre
ya no es un don de luces que brillan en el horizonte,
el tacto retenido acercándose en silencio como si
la distancia fuera un alba de calidez, y en la madura
rosa el recuerdo de haber nacido bajo el sol unívoco
de los días, y por fin la palabra que antes de descubrirse,
antes de ser fruto, es coordenada y es un anuncio
que se da a la luz, como si naciera de un jardín
meticulosamente cuidado, el del verbo transparente
en los oídos que ya no escuchan el tronar de la rauda noche.
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