A mi madre, allá donde esté, desde aquella playa nuestra.
Volaron los pájaros perdidos ya entre la espuma.
Es negra su semilla y es blanca su voz que seduce sin querer.
Un rocío de sal, un lento eclipse de cúmulos,
un dique que entra en la duna del mar
como un designio.
Palpitan las olas bajo sus pies,
en el pelo ligeramente canoso,
en sus manos viejas,
en su ardid que busca mi nombre,
la sed del ángel oscuro.
Es mi madre que me llama a su guarida.
Y, mientras, el azul resplandece.
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