A contracorriente de la sed que divide el pensamiento
en la memoria de la isla sobrevive el sol de la virtud,
y no hay orden ni mesura, largas filas de páramos,
rojos vestíbulos que fueron de ámbar quedan en la sombra
de los líquenes bajo el mar oscuro de la mueca, y llueve
y no ansía la luz el oasis de la redención, vagan las alientos
por la cremallera rota del vestigio, lame el suspiro la bruma
de la incandescente esfera donde el suburbio es un episodio
de mar, olas que roban los perfiles del atardecer; y tú que fuiste
mi faro, a veces la sublime canción de los ángeles hoy te invoco
bajo la ardiente luna del ocaso, elevo mi bastón al cielo
de las vértebras blancas, camino hacia el sur con el alegre
grito de los pájaros que dan la espalda al vacío, y noto
el duro crisantemo bajo mis pies mientras de tus rodillas
nace una aluvión de espejos que dan al oriente como letanías
de sol en su andamiaje de astro senil; ven y siente el árbol de la luz,
la rosa del crepúsculo, la escarcha en el jardín que prohíbe
los sueños, la garza que dibuja iconos de marfil y atraviesa
el horizonte, la voz del lagarto que gime, la ciénaga feroz
como una estrella polar que dirige mi insomnio y concluye
la ceremonia de la lentitud con el frágil péndulo de un coloquio
de fémures, aspas que rotan entre la neblina que danza
lo mismo que un derviche entre el agua que rodea a mi cuerpo
ahora que cruza las orillas de un río sin puentes, jaras
que acompañan el murmullo de los gorriones que confunden
mi viaje con el refugio fértil de los añorados paraísos.
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