Cruzan el aire meteoritos de hidromiel,
los confundí con cristales con forma de pájaro,
serpentinas de moléculas con islas en su centro,
cadáveres que vuelan con un río blanco en su naciente piel.
Seduce el resplandor del alba,
la brizna que lleva en su lomo lo vivaz,
la historia grabada en mil hebras que danzan,
la armonía como un coro de ciervos libres sobre la pluma ártica,
la infantil secuencia de los renos cruzando mis pupilas,
el árbol caído después del peso omnipresente del caparazón níveo,
la estructura axial con que un ejército de blancor cae lento
sobre la memoria que atisba su rocío imparable,
su brillo de lacrimal, sin lloro, alegre como el abedul cuando sueña.
Mira su ceniza de párpados mojados,
descubre el aliento de una horda cuya estrategia es el silencio
y su arma el hielo que funde la huella en un molde temporal.
Yo veo en este polvo que se retuerce bajo el aire
los rostros perdidos, la cuna del niño, la sensatez del anciano,
tu sexo de escarcha que anuncia la virtud del fuego.
Todo es del color de la nada, quisiera el azul o el rojo,
todo menos este fulgor de manantiales helados,
esta noche de carámbanos que me acerca a ti,
o lo que es lo mismo, a tu ausencia.
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