No sabía
que hablaba para ti,
recibe mi
eco donde habitan los peces rojos
que nadaron
junto a mí, los inciensos sin aroma
que cultivé
bajo las almohadas, las escaleras de mármol
que
descendían-nunca alzadas- hacia los bosques pétreos,
el frío en
la canícula como el resplandor de un meteoro
que arroja
el hielo y se aleja.
Te hablo
con la confianza de hablarle a mi sombra,
pues sombra
eres tú también, incómoda efigie
que mira
cómo mi aliento se escarcha en el cristal,
cómo el mar
de antaño es un charco de luna,
cómo el
deseo es un arcángel que olvidó su mensaje divino.
Señora que
abres tus espumas como la crisálida despliega sus alas,
señora que
bajo el negro del sayal escondes un cuervo mudo,
la guadaña
afiliada del adiós, no aspires aún la ceniza que dejan
mis infantiles
recuerdos, aseméjate al sol que siempre vuelve mañana.
Sé el retorno,
nunca la partida, y hablaremos de cuando nació
en la
memoria de los siglos tu insaciable sed, mientras tanto
juguémonos
al ajedrez el alma y la carne, a ver a quién le toca en suerte la vida.
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