Me purifica
el llanto de una flor.
Recibo los
recuerdos, que son de agua y caen como lluvia,
desordenados,
ausentes, como un vendaval amante.
Trina mi
piel porque le alcanza la música de un soliloquio infantil,
inviernos o
veranos asoman en las moléculas que conocen su doctrina,
que empapan
el silencio con los ecos lunares que el torrente del agua
dibuja en
mis omoplatos, en mi abdomen monticular, en mis nalgas
y mis
muslos que se dejan querer como novias primerizas.
La esponja
es un coral retráctil, historias de Grecia en su vientre,
la caricia
danza a través de sus poros, igual que un ballet
que
persiguiera, incesante, el secreto de un itinerario infinito.
Pero tú piensas
en las nubes que amaron el gris de las alturas,
frías y estériles,
como huérfanas de luz, el vapor ahoga mis labios,
humedece la raíz de mi ternura, escribe con gotas de clepsidra
poemas líquidos, sin la música del día, pues la noche apaga
el murmullo de esta fuente que me limpia con su rocío de madre.
Hoy descubrí
tu sombra de sirena en mi sexo húmedo.
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