Estruendos de color en las mariposas,
todo es un racimo de luz, el bosque de la vida
crece cerca de mí, la playa acunada por el mar,
una calle o la vena por donde circula mi nombre,
el soliloquio de los portales que gimen si me alejo,
la ciudad gris ha llorado, la lluvia aquí es un rumor de palomas,
rótulos de neón ensombrecidos por la senectud de la noche,
la lisura del viento que canta en los labios del cristal.
Hay ocasos en el centro de la luz, lo sé.
Yo vi el desenfreno adolescente trepar por las rocas del acantilado hostil
y era agradable el ruido de unas alas
que pájaros sin hogar expelían como efluvios nocturnos alejándose del haz
que un faro dejaba en la sonrisa de una ola.
El mundo es un gran abanico, sus dibujos se multiplican,
hoy son la calle que nunca asombra al día,
mañana el teatro de los paraísos lejanos,
el púrpura que un abril eterno cubre de unas flores
que no pisará jamás la lentitud de mi cuerpo.
Más allá del ventanal giran planetas de oro,
en el horizonte hay barcas de zafiro y mármol,
pájaros de alambre vuelan como juguetes de un niño que no crece,
las luces relampaguean en las plazas, mi voz se mezcla
con otras voces y en un rebumbio crepuscular
la frase perfecta inunda el corazón de la noche.
¿Y en mi memoria, vi acaso más alas de cristal que éstas?
¿Vendrá la primavera que anuncia margaritas en un jardín yerto?
Y croan ranas invisibles, metáforas en la piedra de las catedrales,
lluvia huérfana por no habitar el día, canciones que son ríos,
subyugadas por el azul de un cielo moribundo,
salvo para mí que me miro en su espejo invertebrado.
No es un film, ni una historia escrita en páginas inmaduras,
no es un párpado abierto y un ojo renacido,
solo es la vida que persistirá después del silencio mortal.
Que mi epitafio sea una ventana siempre abierta al sendero de la luz,
y, después, que la luna asome con su eternidad de loba indiferente.
todo es un racimo de luz, el bosque de la vida
crece cerca de mí, la playa acunada por el mar,
una calle o la vena por donde circula mi nombre,
el soliloquio de los portales que gimen si me alejo,
la ciudad gris ha llorado, la lluvia aquí es un rumor de palomas,
rótulos de neón ensombrecidos por la senectud de la noche,
la lisura del viento que canta en los labios del cristal.
Hay ocasos en el centro de la luz, lo sé.
Yo vi el desenfreno adolescente trepar por las rocas del acantilado hostil
y era agradable el ruido de unas alas
que pájaros sin hogar expelían como efluvios nocturnos alejándose del haz
que un faro dejaba en la sonrisa de una ola.
El mundo es un gran abanico, sus dibujos se multiplican,
hoy son la calle que nunca asombra al día,
mañana el teatro de los paraísos lejanos,
el púrpura que un abril eterno cubre de unas flores
que no pisará jamás la lentitud de mi cuerpo.
Más allá del ventanal giran planetas de oro,
en el horizonte hay barcas de zafiro y mármol,
pájaros de alambre vuelan como juguetes de un niño que no crece,
las luces relampaguean en las plazas, mi voz se mezcla
con otras voces y en un rebumbio crepuscular
la frase perfecta inunda el corazón de la noche.
¿Y en mi memoria, vi acaso más alas de cristal que éstas?
¿Vendrá la primavera que anuncia margaritas en un jardín yerto?
Y croan ranas invisibles, metáforas en la piedra de las catedrales,
lluvia huérfana por no habitar el día, canciones que son ríos,
subyugadas por el azul de un cielo moribundo,
salvo para mí que me miro en su espejo invertebrado.
No es un film, ni una historia escrita en páginas inmaduras,
no es un párpado abierto y un ojo renacido,
solo es la vida que persistirá después del silencio mortal.
Que mi epitafio sea una ventana siempre abierta al sendero de la luz,
y, después, que la luna asome con su eternidad de loba indiferente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario