Todo era
silencio en mí.
La sombra
en la palabra,
lo que
oculta el miedo.
Y llegó la
ola como un latido de piedra,
un cardumen
blanco, duro, hostil.
Cayeron los
planetas minúsculos sobre tejados dormidos,
cayeron
como una siembra de hielo,
como un
ejército lunar de insolente pedrisco,
como un
alud de tiempo que rompió la piel de las calles,
el
esqueleto de los vehículos, la flor viva de los campos.
Sonó su
caída de ángeles como un grito de escarcha,
todo para
morir en un ataúd de agua,
filtrándose
hasta el tuétano de la herida,
sin dejar
huella, como la travesura de unos niños
que no
imaginan su alcance.
En mi
ventana quedó la cicatriz de un asalto.
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