Yo vi un mapa en la espesura de tu voz.
El tiempo nace y muere si lo decimos.
Contornos de isla, latitudes que nacieron un día
bajo el clamor de los trenes, dos persianas se alzan,
la luz es otra.
Conocí al príncipe y su mascarada,
el vuelo lento de la gabardina,
el pistolero prueba al olvido,
le dispara, lo mata.
Ríen los pájaros en el ramaje,
un rumor atento de margaritas viejas,
teléfonos que roban a la razón su edad.
Te escribo cartas con rosas rojas en su piel,
te escribo en azul como si el mar me prestara su sangre altiva,
su corazón bravío.
Soy esa flor de febrero que debió crecer en septiembre,
soy la osamenta del mar, su latido soy,
la isla vive.
Vuelve el arroyo de ceniza a ser agua de tiempo,
y los eclipses huyen, las playas son mi sombra bajo un sol indómito.
Sé que la memoria es un afilado abismo
donde los cuervos acechan, pero hoy el espejo
me devuelve una imagen desdoblada,
me afeito junto a otros rostros,
desfilo entre rocas y alba,
no me reconozco en la falange de un fusil.
Sí me reconozco en el joven que leyó por primera vez la Montaña Mágica
en el cuartel de la isla, a cuarenta grados de nostalgia.
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