miércoles, 7 de septiembre de 2022

Cazadores de ratas

 

Señales que llegan con los pájaros, luz de fragua en los picos.

 

La amistad es un nudo invisible que ahorca los silencios,

confidencias de media tarde en las buhardillas

atestadas de objetos enmohecidos,

un rectángulo de claridad entre las sombras,

y los propósitos y el desafío en las muecas

que fingíamos ante los espejos como duendes malditos,

sin patria y sin país, con el corazón imberbe.

 

Quien inventa mundos sucumbe a sus sueños,

palabras que nadie dijo, imágenes que rotan en norias infinitas,

lo irreal inventa a lo real para que nada sea real.

 

Los que amamos el misterio de la luz vivimos en la noche,

al atardecer las ratas asoman sus belfos diminutos,

tú y yo, como jugando, elegimos la máscara,

el avatar que busque entre las rocas un tesoro.

 

Y son los rayos últimos un fulgor de sal

-el océano penetra en el dique, huyen o huimos, quien sabe-

entonces murmuras epítetos nocturnos,

personajes de cabellera malva que se arrodillan sin querer,

púberes violentos que recogen del suelo las heridas,

su voz es una paloma que descubre el insomnio de las plazas.

 

Todo lo que hiciste fue inventar un código,

había un halo frenético que colmaba el rizo,

tu perfil de árbol, la dentadura viajando del portal del día

a la cueva hospitalaria. 

 

Aún guardas el arma, los balines viajeros,

la madera de boj en la culata, mis huellas en el percutor

y mi ternura en las sienes.

 

Los múridos son pequeños dioses del abismo,

rozan con sus bigotes vibrantes el pus de la vida,

la cal de la muerte, anuncian el dolor con vómitos de sangre

en los hocicos, chillan cuando la enfermedad terrible

va a poblar los corazones.

 

Y yo que no supe cazarlas añoro su paso rápido,

su peluda sombra, su fiel estigma que atormenta,

su sed y su hambre royendo mis ojos, mi alma y tu nombre.


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