martes, 22 de junio de 2021

Adriano o el retorno de la luz

 “Sí, Atenas era siempre bella, y no lamentaba haber impuesto disciplinas griegas a mi vida. Todo lo que poseemos de ordenado y lúcido a ella se lo debemos” “Memorias de Adriano”. Marguerite Yourcenar.


Hay un olor dulce en mi piel de cobre,
los olivos,
la llanura,
la tierra seca
son mi patria.

Crecí con un deber entre los hombros,
episodios en el infinito, lugares estériles,
idiomas, cultos y culturas
desconocidas, un sol eterno de lábaros encendidos,
mi sueño, mi condición de hombre
tras el designio de la inmortalidad.

La sabia luz de Plotina,
su estrategia de araña,
su hilo breve que ata los mimbres de la historia
me dieron un trono, un fin y la sed de la aventura.

¿Qué es un emperador sin un orfebre
o un geómetra que trace líneas perfectas,
armonice el tiempo con el tiempo,
una lenguas, dé a la verdad
un crisol de ciudades bendecidas
y países amables
con este esplendor
que los orna
bajo la luz del progreso?

Hubo eclipses de sangre entre las tribus del norte,
pensé en el dedo inclemente de los dioses,
dibujé el muro que ampara la luz
y aleja el grito bárbaro que surge de la bruma,
que habita la isla verde y blanca
como un navío perdido en una pradera hostil.

¿Es Roma mi hogar?,
el hogar es un mapa oscuro,
mi voz fría,
mi índice
señala las fronteras con cintas rojas
y color de frutos en sazón,
edificios, fortines, fosas.
¿Qué hacer para que la niñez del mundo nos entienda?

Yo amo ese atardecer imperecedero del ágora,
allí un diálogo es un espejo de cien caras,
la filosofía un ardid, un sueño, una pregunta eterna;
allí las estatuas imitan mi pilosidad
como un árbol lleva sus ramas al ocaso y al albor,
con la esperanza y la fe en la vida entre sus hojas.

Mi gentil efebo, Antínoo, faz de pórfido,
luna blanca en tu piel de óvalo estremecido,
ven, acuéstate en mi vientre,
rompe el lecho virgen de las náyades,
canta bajo el sauce la oda triste de las amapolas vencidas,
ríe por última vez cuando el Nilo voraz refleje la comisura de tu aliento
antes del tragaluz del agua,
después del silencio de las algas tristes.

Hoy me duele la vida,
mi cuerpo es testimonio de la inutilidad del deber,
el jazmín de mi derrota, la supuración del olvido.

He designado a un hombre fiel para que herede mis sueños,
este ramaje crecerá para la historia, Antonino,
y después Marco Aurelio, sois vosotros la esperanza que atisba,
un halo de luz os contempla desde mi fatal penumbra.

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