viernes, 4 de junio de 2021

La estéril tarea de un poeta de provincias

Todas las vidas posibles en una sola,
teselas de un mosaico que reconstruyo sin pausa,
laberinto donde me busco inútilmente,
adonde regreso como un cavador del alma,
mis letras de náufrago rebobinan los hilos
que el tiempo arroja entre segundos de azar.

Líneas insondables que recorren atmósferas de infancia,
suburbios alegres, otras veces dolor
en una herida eternamente abierta,
máscaras sin nombre que ocultan la llaga,
el himno, la insensatez o el episodio perdido.

Los poemas tienen alas, de ellos brotan flores de sal y estiércol,
los dardos del desprecio hacen diana en su vientre,
nadie viste sus harapos de laurel.

Yo no rimo los ecos, mi verso sin olas es un manantial silencioso,
gira en volutas de tiempo y regresa siempre a su noche
como un lobo tímido.

Quise ser el envés de la luz, columpié los instantes felices con el ímpetu del furor,
perseguí en los significados otro ayer diferente al real,
mi imaginación conoce las respuestas no dichas,
los mundos borrosos que la edad dibuja en los iris,
extraños títeres que fulgen lejos del día.

Escribo en llamas y muero en un punto y final,
la sangre de mi vida circula en estrofas
con un aire delicuescente y azul.

Mi testimonio: la mortaja que el poeta esconde bajo el escombro de un título.

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