lunes, 14 de junio de 2021

Palmeras de agua

 Yo la llevaba en un párpado

como una nube de marfil.

 

Enero y sus branquias,

la perdida veleta que no agita un viento sur,

el silencio de la ausencia en horóscopos

sin letras

ni astros

ni azul celeste.

 

Las gaviotas me enseñan el desvarío,

circulan, trazan episodios insomnes que traspasan los corales del día,

se arrojan al abismo con alas ciegas y nunca gritan,

jamás el latido de su ser se desnuda en el aire.

 

Qué lejanía,

en qué mar pudoroso,

donde su perfil altivo de volcán y fruta,

acaso la tierra negra reciba mis pisadas como un molde,

igual que el crisol guarda en su memoria la cera virgen de la alegría.

 

Desde el país verde,

húmedo,

de árboles arracimados

sobre colinas que enmarañan la sombra,

desde el oleaje que brinca sobre la fe de los nautas,  

perdido el salvavidas de la juventud;

estoy aquí en el vuelo de un avión que no designa mi nombre,

entre murmullos y silencios,

el sol poniente en mi faz,

la duda como una rosa débil que sostiene un tallo de hilos blanquecinos,

el pasado que es un adiós perenne

como la arena fugitiva entre las olas,

el pasado que es un almíbar rocoso,  

petroglifo que guarda la singladura fósil de los recuerdos,

designio que palpita en mi oráculo.

 

Como una llaga en el océano

la isla responde al suicidio del albatros,

siempre me dijeron que en el trópico las lluvias son un haz

que te baña de luz y palmeras de agua.

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