Como empieza la luna a perderse
en los laberintos de la noche
fingen los árboles un amorío,
las estatuas color carne son señuelos de pájaros,
el libro de las algas huele a sal,
la comisura del neón se agacha para ser multitud.
Horas de la madrugada, líneas nocturnas de adviento,
las siemprevivas se cubren de agua, lluvia como
llanto,
lluvia como alfiles húmedos que se derraman en la luz,
el frio bajo el soportal, los cuerpos sin nombre en
las acequias,
el bulbo de la primavera, procaz, imberbe, henchido de
lascivia.
Espera, llama a tu sombra, dile que atrase el sueño,
ante ti los horóscopos de la medianoche, un olor a
infancia,
a cirios desnudos, a miel que nada en ceniza, y tú,
sin amanecer,
los cabellos eléctricos y un desliz que te alza como
ángel o bruja
entre ijares de caballos, las pérgolas relucen con
focos, sin un dios,
solo la astucia del ser que ocupa la blanca sombra del
silencio.
Déjame por un segundo tu maquillaje, las guirnaldas
que esconden
los acertijos y los abalorios que tantas veces se mostraron
signo
y penitencia en los albores de tu edad. Volvamos al arrullo de la pianola,
la música es un aljibe de rumores, tareas en la
penumbra, un soliloquio,
el ritmo naufraga porque la vida es un río sin tallos,
desvío, muerte, sinrazón.
Esta noche, el microscópico gesto que me regalas sin
consciencia,
la fragilidad con que enfundas el chal que cubre tu
sol virgen,
los cisnes en la fuente, mi abrazo que te busca como
si los perros
de la madrugada olisquearan el miedo que me lleva a
ti, a tu
ausencia imposible, a la fantasía que duerme en los
portales,
al rumor del agua que danza ante mí con tu voz y tu huella,
con tu finitud que trina, con los restos de octubre en
mis omoplatos.
Lo tuyo es poesía.
ResponderEliminarExquisita.
Besos.
Gracias, Amapola, eres muy amable. Besos.
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