Para mí sois máscaras sin luz. Ha brotado
un nombre extinto en el cáliz de la memoria,
un cristal de serpentinas, el lloro de un farol
al perder la caricia del garaje gris, la sonrisa de
Ángel
y su pan moreno. Cada ciudad es un mosaico infinito
que crece en la piel de los que añoran el pasado.
Al volver, el recuerdo viste, de pronto, jardines y
plazas,
calles y avenidas, suburbios y alamedas con la ropa
del silencio.
Y vuelven los ecos y las persianas subidas, vuelven
los juegos
y el balón gastado, vuelven las meriendas al atardecer
antes de que la luna encienda su señorío. Nada es
nuevo
si piso la orla de mi memoria, aunque la gente escuche
la voz del otro, que no es mi voz ni la que sueño. Los
cláxones
rebotan en la hojarasca del tiempo lo mismo que golondrinas mudas,
el sur ha roto su verdad, queda el norte en el corazón
como un paraíso que, en el azul, reverbera.
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