lunes, 30 de noviembre de 2020

Nunca regresé porque nunca me he ido

 Para mí sois máscaras sin luz. Ha brotado

un nombre extinto en el cáliz de la memoria,

un cristal de serpentinas, el lloro de un farol

al perder la caricia del garaje gris, la sonrisa de Ángel

y su pan moreno. Cada ciudad es un mosaico infinito

que crece en la piel de los que añoran el pasado.

Al volver, el recuerdo viste, de pronto, jardines y plazas,

calles y avenidas, suburbios y alamedas con la ropa del silencio.

Y vuelven los ecos y las persianas subidas, vuelven los juegos

y el balón gastado, vuelven las meriendas al atardecer

antes de que la luna encienda su señorío. Nada es nuevo

si piso la orla de mi memoria, aunque la gente escuche

la voz del otro, que no es mi voz ni la que sueño. Los cláxones

rebotan en la hojarasca del tiempo lo mismo que golondrinas mudas,

el sur ha roto su verdad, queda el norte en el corazón

como un paraíso que, en el azul, reverbera.

 

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