El vórtice en llamas,
el marasmo,
la turbina,
los ejes y las bielas,
el engranaje de una atmósfera de hielo,
los canales con ojos en la piel donde duermen gusanos de
hojalata,
la leyenda de la abeja y sus cromosomas albinos,
el resplandor de los lunares en el lugar donde las
hojas de amianto
vuelan como córvidos sin napalm.
Aquí, en mi leyenda, en tu leyenda, ramas en el parasol,
los cuernos del hambre como racimos de uvas fértiles
al sol y a la luna,
Robinson de almendras tu máscara,
la lengua que arroja sílfides de estaño,
la cal de las hormigas arrastrándose
vientre arriba con sus ocelos reticulares
y su disciplina de cometa.
Desde un beso el laberinto al que llega tu lágrima,
¿por qué lloras si hay un mundo de palomas en tus
labios?,
el platino reverbera, aro del mezcal, constelación
y plumaje en la tez del azteca, pirámide que sufre el
filo del esmalte,
círculos y horóscopos, alucinaciones albas en el
túmulo y la serpiente roja.
Ya te has vuelto rosal y calavera,
un bulevar bajo la lluvia en aquel invierno de
esquilas,
campanas en tu voz, el frío cristalino en la pereza del
cristal,
las horas de nieve y el reloj quieto como un abril fósil.
Te creo, ya estás en mí, la muralla de tu ciudad y los
recuerdos,
las niñas junto al río en la edad de los hombres
grises
y la historia romana en los sillares,
ventrílocuos bajo los párpados de un campanario.
Ven, aquí vive mi mar, el faro triste donde murieron
las gaviotas,
mi calle de versos de alambre invoca a tu portal y le
ofrece margaritas blancas,
signos de esparto.
“Somos la yugular de una incógnita”, pero si unes tu
zafiro
con la roca de mi ser, alas sin oscuridad soplarán
confines de viento,
entonces seremos la isla de un océano impar,
el corazón con el que sueñan todos los pájaros
que huyen sin pudor del maleficio de su sombra.
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