Cajita de colores,
terciopelo en la piel, la casa.
Un ombligo de seda y pámpanos,
la casa.
Mi orfandad igual que un sarcófago blanco
donde los pequeños objetos
seducen a las horas con la memoria del susurro,
el misterio de mis ejes de amapola,
la candidez del niño triste.
El silencio poblado de flores,
un ayer de pinturas vertebradas,
bailarinas en la noche,
ciervas desnudas en la mandrágora del lecho.
Evalúo,
vibro,
danzo con el carmesí de la carne,
carne de aurora,
joven como el primer latido en mi ósmosis de mar.
¿Sueñan las cucarachas con albatros?,
¿el telar de la araña, un poliedro de perlas,
la rubicunda atmósfera de la luz
gimen?
Quizá no exista aquí más que mi sombra,
en los surcos que dejé las cuadriculas mienten,
los pasillos orinan mi inquietud,
ya todo es un almanaque de rombos y vísceras,
ceniza en tu oído de humo.
En realidad, mi yo aún alumbra en el dintel,
se viste de cuadros viejos,
naufraga en el enjambre de las teselas,
se baña sin un agua real,
cocina horarios invencibles,
se arroja contra el vidrio
como una golondrina que, de pronto, enloquece.
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