Hay una alegría sin pájaros que sueña.
El circular de los sentidos, todo maremágnum en la
edad del niño,
sed en la piel angosta, el resplandor de las imágenes omnívoras,
el aroma de los pinos, el salitre, el pan como hogaza
de entrega,
las voces que arrullan al frío con serpentinas de
aliento.
La vida ríe con trece nenúfares escarlata,
el agua caracolea en la memoria
y las ciudades en el rosal infinito
muestran sus caparazones sin vértebras,
fruta dulce en las papilas del ensueño.
Es suficiente con comprender la canción de la vida,
campos sin collar, abiertos a la luz igual que damas
vírgenes,
el espejo cóncavo donde una flor es la esperanza del
arrobo,
perfil que busca un perfil nuevo en el crisol de la
aventura.
Y la amistad y los vientos,
los océanos y las cumbres,
la hojarasca del otoño,
la nieve en el haz,
el sudor entre los lirios,
la luna en el dintel
junto a la sombra de un gato albino.
También el rumor de los juegos,
la descendencia de plata vieja,
el rojo y el amarillo de este sol redondo,
luz de luz inmaculada.
Mis rodillas y mis pies calcinados
que conocieron ríos, puentes, colinas,
catedrales, muros y plazas, idiomas proscritos,
estepas y junglas,
un norte,
un sur,
el oriente
y el ocaso,
la llama que en el corazón ilumina el rescoldo que
pervive.
Dejad que los años me vistan con su tiempo de amapolas
sin voz,
ese fanal donde las luciérnagas amantes
lloran junto a mí
la vacua palidez de una hombría
que se diluye lentamente,
cesa.
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