Calcina la playa el insomnio de la sirena,
un azul de zafiro sobre la costra del galápago,
las palmeras disparan lágrimas de ámbar,
enloquecen como insectos malévolos
en un cofre vacío.
un azul de zafiro sobre la costra del galápago,
las palmeras disparan lágrimas de ámbar,
enloquecen como insectos malévolos
en un cofre vacío.
Llega el rumor del horario,
llega la ola de la náyade,
llega el relámpago en tu comisura,
llega la sensatez del niño suicida
ante el acantilado rojo.
Pájaros sin alma, frenesí en el cielo,
manantiales traslúcidos
como la luna cuando hostiga la palidez de mi sombra.
Y un lunar en tu vientre,
Aleph recóndito de simas y versos blancos,
paredes que reproducen un adiós,
círculos bajo el bisel de la sala mágica,
asteroides binarios en un confín de perseidas,
el minúsculo pelo, su raíz, su tiniebla
entre la dermis
y el nado de las perezosas ninfas acuáticas.
Qué abecedario o consigna,
un alfabeto de cuñas informes
curtidas en el ángulo simple del granito,
qué pudor de ovarios sin lacre
deja un coro de mirtos al volver la mirada.
Cuando las horas son grises la dulzura del reloj fluye,
así es la suave caída del agua en la clepsidra,
así es como se decanta la sangre
que habita un paraíso
oculto bajo el techo de un corazón imberbe.
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